Alfabetización mediática y responsabilidad social de la comunidad científica

Miguel Moreno
Doctor en Filosofía, Máster en Bioética por la Universidad de Las Palmas y especialista en Comunicación Social de la Ciencia en Medicina y Salud.

La revista Nature Structural & Molecular Biology dedicó uno de sus últimos editoriales (vol. 16, nº 8, 2009:797) a comentar los resultados llamativos de un estudio reciente del Pew Research Center for the People & the Press y de la American Association for the Advancement of Science sobre percepción pública de la ciencia en EE.UU . El estudio proporciona numerosos elementos para establecer diferencias importantes entre comunidad científica y público no especializado en sus percepciones acerca de la calidad y utilidad social del desarrollo científico. El público tiende a olvidar los principales logros científico-tecnológicos de su país en las últimas décadas, y la comunidad científica a destacar una acusada percepción de excelencia y calidad en sus áreas de trabajo. Entre otras conclusiones, refuerza la importancia de consolidar un nivel elevado de alfabetización mediática entre la comunidad científica.

1. Los grandes logros científicos pasan pronto a segundo plano

Según el sondeo del Pew Research Center, apenas uno de cada cuatro encuestados asociaba con algún campo de la ciencia, la medicina y la tecnología el mayor logro de los Estados Unidos en los últimos 50 años, y sólo el 12% identificaba la exploración espacial como el dominio de mayores éxitos científicos. Hace apenas 10 años, un 47 % asociaban dicha hazaña con algún área de la ciencia, la medicina y la tecnología; y el 18 % mencionaban expresamente la exploración espacial y la llegada de un hombre a la luna. El porcentaje de quienes respondían "nada" o "no sabe" era de un 24%; diez años después alcanza el 33%.

En línea con estudios de objetivos similares en el ámbito europeo, el sondeo confirma el amplio reconocimiento social del que goza la actividad científica como empresa colectiva. La mayoría (84%) considera que de ella derivan importantes beneficios sociales. Casi el 75% reconoce que la financiación federal de la investigación en ciencia básica, del desarrollo tecnológico y de las ingenierías aportaría ventajas a largo plazo a la sociedad. Este amplio reconocimiento se hace extensivo al personal profesionalmente dedicado a la ciencia, cuya contribución en términos de utilidad social se considera entre las más importantes, por detrás sólo del personal militar y profesores.

Sin embargo, esta percepción de utilidad social y el respaldo público en términos generales contrastan con las dificultades para identificar los contextos donde tales beneficios podrían materializarse y la facilidad para olvidar los principales éxitos científicos obtenidos como resultado de los grandes programas de investigación federales. Apenas un 17% de los encuestados –entre el público no especializado– opinaba que los éxitos obtenidos situaban el sistema de ciencia y tecnología estadounidense a la cabeza de los mejores, aunque una porción mayor sí era capaz de clasificarlo “por encima de la media” (47%). Entre el personal científico, la percepción de calidad es muy superior: el 94% se mostraba convencido de que los logros científicos situaban a EE.UU. en la primera posición o por encima de la media, en comparación con otras naciones industrializadas.

Más interesante que la sobrestimación de la excelencia de su labor que pudiéramos atribuirle a los científicos estadounidenses encuestados resulta quizás el instrumento utilizado para estimar el nivel de cultura científica del público general. The Science Knowledge Quiz es una prueba de apenas 12 preguntas tan básicas como identificar la causa de un tsunami, asociar el CO2 con el calentamiento global, indicar si los continentes están en movimiento o si los electrones son más pequeños que los átomos. Sólo uno de cada diez encuestados es capaz de responderlas todas correctamente. El público, en conjunto, aprueba por los pelos. Parece, pues, inevitable volver a preguntarse sobre qué base mínima de conocimientos y cultura científica puede considerarse al ciudadano en general competente para implicarse de manera activa en los debates sobre ciencia y tecnología.

2. Educación científica y participación democrática

En el debate académico sobre las implicaciones sociales de la ciencia y la tecnología se han ido decantando algunas conclusiones sobre el papel que debe otorgarse a la alfabetización científica como factor condicionante de las actitudes de apoyo o rechazo público. Este elemento no se presta a fácil manejo en los debates sobre aplicaciones biotecnológicas controvertidas, por mencionar algún dominio de especial conflictividad. Expertos y diversos agentes sociales partidarios de ciertas tecnologías encontrarían en él un recurso fácil para descalificar como interlocutores a quienes, necesariamente, disponen de menos conocimiento especializado para evaluar el potencial de una tecnología y realizar estimaciones equilibradas de beneficio-riesgo. Un resultado incómodo de esta aproximación es que reduce a una parte de los agentes sociales a meros oyentes de voces autorizadas. Se les coloca así en posición de estricta inferioridad en todos los procesos de deliberación que deberían preceder a las decisiones estratégicas en la gestión de la ciencia y la tecnología.

Por otra parte, esas decisiones no obedecen únicamente a criterios de naturaleza técnica. La institucionalización de los sistemas de ciencia y tecnología requiere un volumen creciente de fondos públicos y privados cuya gestión condiciona el desarrollo o estancamiento de sectores cruciales de la actividad económica. En todos los países industrializados, la ciencia y la tecnología contemporáneas se han convertido en asuntos políticos de primera magnitud. Condicionan incluso las agendas de cooperación internacional, a medida que se fortalecen y amplían las redes internacionales de comercio, comunicaciones y transferencia tecnológica.

Nadie en su sano juicio asumiría que las decisiones en todos los niveles implicados responden únicamente a criterios justificables desde un punto de vista científico-técnico. El previsible conflicto de intereses entre todos los agentes sociales concernidos probablemente motivará negociaciones cuyos resultados respondan a las mismas razones de coyuntura y oportunidad política que operan en otros dominios socio-económicos. Ocurre así con las variaciones en el protagonismo atribuido al sector público y privado para impulsar muchas iniciativas; o con la sumisión más o menos explícita a criterios estrictos de mercado, que promueven o cercenan proyectos de investigación básica de interés científico equiparable. Basta una cierta perspectiva para comprender el alcance de los vaivenes en las políticas públicas de I+D, con consecuencias a menudo nefastas para líneas de investigación de indiscutible potencial social. En este sentido resulta ilustrativo el artículo de Emilio Muñoz La crisis de la política científica: patologías degenerativas y terapias regenerativas. A modo de epílogo (Arbor, nº 738, 2009: 837-850).

Tampoco debe olvidarse el papel decisivo que desempeñan la ciencia y la tecnología como motor de transformación social. La implantación de ciertas tecnologías biomédicas reproductivas puede traducirse en modificaciones sustantivas de valores individuales y sociales muy arraigados. El acceso generalizado a las posibilidades de interacción que abren las redes digitales puede presionar en contra de la dinámica antidemocrática de muchas instituciones y fomentar una mayor apertura y horizontalidad de la estructura social. Determinados incidentes pueden consolidar actitudes muy críticas hacia los agentes sociales a quienes se atribuye la responsabilidad de canalizar la innovación tecnológica hacia modelos de industrialización que han provocado deterioros importantes de la salud pública y del entorno natural. Se entiende así por qué la ciencia y la tecnología aparecen en el núcleo de numerosos conflictos sociales contemporáneos y condicionan el dinamismo de toda sociedad democrática (véase López Cerezo y Luján, 2002 ) .

3. Participación formativa, gobernanza y cultura científica

El ideal democrático de participación ciudadana en los asuntos públicos no debería estar sujeto a restricciones derivadas del nivel de especialización científico-técnica requerido para ser competente en la evaluación de riesgos sobre un dominio concreto de actividad. El asesoramiento experto puede resultar necesario en diversas etapas de los procesos que requiere la toma de decisiones en el ámbito de las políticas públicas sobre ciencia y tecnología. Pero así viene ocurriendo en terrenos tan sujetos a escrutinio público como las políticas en materia de transportes y energía, educación, sanidad o protección del entorno natural. El desafío consiste en propiciar la participación ciudadana porque, además de constituir un derecho básico en las sociedades democráticas, se trata de un proceso de participación que por sí mismo contribuye a generar cultura científica y tecnológica (sobre el concepto de participación formativa, véase López Cerezo y Luján, 2001 y 2002).

La actividad científica se ha convertido en un factor clave para la gobernanza de los países industrializados (más sobre este concepto en E. Muñoz, 2009: 846-849). Las dificultades para imaginar una implicación cabal en los asuntos públicos sin una cultura científica amplia se plantean sobre todo a la hora de valorar positiva o negativamente las consecuencias de la innovación tecnológica y su redistribución social. Existe una necesidad creciente de espacios y mecanismos de participación formativa porque casi todas las políticas públicas guardan una relación estrecha con el conocimiento científico, ya se orienten a la deliberación o a la toma de decisiones. Crece imparable el número de propuestas legislativas, tratados, reglamentos, disposiciones y ordenanzas que se elaboran a partir de informes y documentación científica. Cuesta imaginar alguna comisión parlamentaria cuyos informes no requieran conocimiento científico-tecnológico especializado, del que pueden depender decisiones de gran trascendencia social. Por esta razón, las exigencias de constituir espacios donde la participación formativa sea posible deben ser tenidas en cuenta desde las fases iniciales de definición de problemas y objetivos hasta las más cercanas a la toma de decisiones.

Gobernanza implica poner en práctica formas de gobierno estratégicas que priorizan valores públicos en las relaciones entre sociedad, mercado y Estado, al servicio de objetivos de interés general (un desarrollo socialmente sostenible, p.ej.). Su implantación requiere un elevado nivel de participación social, en un proceso de continua revisión y mejora a la luz de nuevos conocimientos. La ciudadanía tiene mayor capacidad para reducir su vulnerabilidad y contrarrestar la acción de otros agentes sociales (instituciones de gobierno, poder legislativo, grandes empresas) no sólo cuando adquiere mayor capacitación técnica para ejercerla en su condición de trabajadores, sino cuanto mejor acceso consigue a fuentes de información técnica independientes y autorizadas. En esta perspectiva, la cultura científica constituye un requisito para la salud democrática. La responsabilidad de contribuir a su promoción concierne a múltiples actores, pero de manera especial a la comunidad científica.

El personal dedicado profesionalmente a la ciencia y la tecnología tiende en su mayoría (85%) a interpretar como efecto de una escasa alfabetización científica las actitudes de sospecha y rechazo ante ciertas tecnologías, o la incapacidad generalizada para evaluar las consecuencias de apoyar o relegar líneas prometedoras de investigación. Muy pocos identifican como factor principal las deficiencias en los procesos de comunicación social de la ciencia. Asumen que prensa y televisión no suelen tratar adecuadamente las noticias sobre ciencia y tecnología, o que tienden a equiparar la credibilidad de fuentes con grados de solvencia muy diversos. Raramente se plantean que pueda existir un incómodo factor adicional, a saber, la falta de alfabetización mediática de la comunidad científica y su escaso compromiso en iniciativas eficaces de divulgación científica y comunicación social a gran escala.

4. Mitología mediática y credibilidad mal aprovechada

Resulta obvio que las estrategias para comunicar los resultados científicos al gran público y los procesos educativos que contribuyen a implicarle y suscitar apoyo mayoritario han de mejorarse significativamente. Pero algunos autores consideran tan importante o más depurar y desmitologizar las perspectivas simplificadoras con que la comunidad científica suele aproximarse a los medios, resultado en parte de su escasa “alfabetización mediática” (véase, p.ej., MC Nisbet, 2007: Selling Science to the Public; MC Nisbet, C Money, 2007: “ Framing Science ”, Science, Vol. 316. no. 5821: 56; S Ho, D Brossard, DA Scheufele, 2008: " Effects of value predispositions, mass media use, and knowledge on public attitudes toward embryonic stem cell research ". International Journal of Public Opinion Research Vol. 20 (2): 171-192; MC Nisbet, DA Scheufele, "What’s next for science communication? Promising directions and lingering distractions", American Journal of Botany 96, 2009: 1767-1778).

Nisbet y Money consideran que los científicos son reacios a abandonar la idea de que si un lego entiende mejor los detalles técnicos complejos, su punto de vista se acercará al del experto. Pero los ciudadanos no usan los medios como creen los científicos. El público no suele estar bien informado, carece de perspectiva para estimar el potencial de un resultado científico y no suele ser proclive a sopesar ideas y argumentos en liza. Ante el alud informativo procedente de fuentes muy diversas en cuanto a rigor, calidad e ideología, recurren a sus predisposiciones valorativas (creencias políticas, morales o religiosas) para filtrar los contenidos que les interesan. El público no especializado tiende a situarse y definirse en las controversias enfatizando por qué importa un tema, a quién concierne (o de quién es responsabilidad) y qué se debe hacer. En esencia, ésa viene a ser la función de los encuadres (frames) en las estrategias de comunicación social: los encuadres organizan las ideas centrales y definen una controversia de modo coherente con valores y presupuestos nucleares. Así, la saturación de información sobre el cambio climático, p.ej., es depurada mediante la acción de los encuadres hasta concretarse en productos fácilmente etiquetables, tipo “caja de Pandora”, “incertidumbre científica”, “catástrofe económica inminente” o similares, capaces de promover actitudes y reacciones del público en múltiples direcciones.


En la investigación con células troncales y las terapias avanzadas, la función de los encuadres puede ser útil para la divulgación de resultados con el fin de suscitar actitudes de apoyo a una investigación fácilmente conceptualizable en términos de progreso social, competitividad económica, esperanza para millones de enfermos, etc. Las estrategias de comunicación social en esa dirección seguramente han tenido mucho que ver con el importante apoyo público y financiación que recibieron en una primera fase, entre 2001 y 2005, la más crítica porque era la más alejada de las aplicaciones clínicas que, ya en los dos últimos años, han contribuido a consolidar su potencial y aceptación pública. En la primera fase tuvieron un peso significativo las estrategias de otros agentes opuestos a algunas líneas de investigación en ese dominio, a partir de encuadres que destacaban preferentemente las implicaciones morales (jugar a Dios, destruir o instrumentalizar la vida humana, atentar contra el marco de principios constitucionales, etc.) y se prestan a fomentar actitudes de fuerte militancia. En opinión de Nisbet, el análisis de este tipo de debates refuerza la hipótesis de que, en muchos casos, los científicos estratégicamente deberían evitar enfatizar los detalles técnicos de la ciencia en el intento de defenderla, y prestar mucha más atención a las predisposiciones valorativas con que el público filtra la información que le llega.

La credibilidad y el respeto inicial que el público otorga a la comunidad científica puede ser un capital mal aprovechado si los científicos y sus instituciones no prestan la debida atención a conclusiones básicas de la investigación reciente en comunicación social de la ciencia, afirma Nisbet. No basta la presencia esporádica de algún científico relevante en la prensa generalista, puesto que su influencia en la percepción social será muy limitada. La televisión sigue siendo la principal fuente de información científico-tecnológica, pero gran parte de su potencial no se aprovecha. Algunos encuadres y géneros permitirían divulgar y analizar en profundidad el impacto social de sectores tecnológicos como el de las energías renovables, las terapias avanzadas o la medicina individualizada. Los documentales, debates y entrevistas se prestan a tratamientos matizados que podrían contemplar aspectos de carácter cultural, ideológico o simbólico excluidos en contexto académico.

La comunidad científica ha sabido aprovechar mejor que ningún otro agente el potencial Internet para el intercambio de información científica. La mayor parte de las revistas de referencia se publican ya en soporte electrónico. Sin embargo, no parece haber asumido que el acceso cada vez más abierto a sus contenidos tiene una repercusión directa sobre la calidad de los procesos de comunicación social. Internet pone a disposición de la comunidad científica un cauce de comunicación mucho más directo para facilitar el acceso a las fuentes de información técnica cualificada, y no sólo al dominio de ecos mediáticos donde los resultados se interpretan y distorsionan en proporción directa a su relevancia para el debate socio-político. Su carácter descentralizado y el potencial de las herramientas de búsqueda facilitan como ninguno el contraste de fuentes, lo que hace de Internet un medio idóneo para fomentar espacios de participación formativa e involucrar a la ciudadanía, de modo activo e informado, en los debates sobre ciencia, tecnología y sociedad.

Conclusiones

Las deficiencias detectadas por múltiples sondeos en la comprensión que el público tiene de la ciencia y la tecnología constituyen una apelación directa a la responsabilidad social de la comunidad científica. La cultura científica es un factor clave en el complejo sistema de formulación, aceptación y aplicación de políticas que hace posible la gobernanza de las sociedades democráticas industrializadas. El fomento de espacios para la participación formativa de la ciudadanía en materia de ciencia y tecnología es un síntoma de dinamismo y salud democrática, pero también un compromiso derivado de la responsabilidad social de las instituciones y colectivos que más pueden aportar en la generación de cultura y alfabetización científica.

A Nisbet se le ha criticado (EM Holland et al., 2007: The Risks and Advantages of Framing Science. Science 317 (5842): 1168b) que el recurso a los encuadres tiene su origen en el análisis de las campañas electorales y en las estrategias para ganar adeptos al programa de un determinado candidato, donde el abuso de la retórica y la información suministrada para generar expectativas no se hace precisamente con la intención de generar espacios de participación formativa, sino actitudes de adhesión incondicional. Pero el riesgo de una alfabetización mediática insuficiente entre la comunidad científica y el desconocimiento del papel que juegan las predisposiciones valorativas en la interpretación de la información que hacen llegar a la ciudadanía puede afectar negativamente a la eficacia y calidad de todas sus iniciativas de divulgación.

Más que su habilidad para manejar encuadres que permitirían conceptualizaciones favorables a ciertas líneas de investigación, lo que está en juego es la implicación activa de la comunidad científica en la generación de auténticos espacios que propicien la participación formativa de la ciudadanía. Entre otras razones porque nadie como los propios científicos conoce las consecuencias de que en los países desarrollados más de la mitad de la población considere que el cambio climático no guarda relación con la actividad humana ni constituye un problema serio que demanda medidas urgentes, por ejemplo. O porque saben que la educación y la información cualificada ceden antes las creencias y predisposiciones valorativas que los ciudadanos suelen usar para filtrar información científica compleja. Si tales mecanismos operan incluso ante los dominios de problemas globales sobre los que existen amplios consensos científicos, entonces las sociedades tienen algo mucho más serio que una ligera falta de racionalidad colectiva.

Miguel Moreno, 7/10/2009

Documentos de interés:

Pew Research Center for the People & the Press y la American Association for the Advancement of Science (Julio 2009): Scientific Achievements Less Prominent Than a Decade Ago: Public Praises Science; Scientists Fault Public, Media. Informe completo disponible en: (http://people-press.org/reports/pdf/528.pdf). La muestra incluyó a 2.000 personas del público y unos 2.500 científicos, incluyendo a profesores, investigadores y administradores.

– López Cerezo, JA y Luján, JL (2002): Cultura científica y participación formativa , disponible también en Percepción social de la ciencia (coords: Rubia Vila, FJ et al.), 2004: 29-46.

– López Cerezo, JA y Luján, JL (2001): Variedades de la participación formativa (V Taller Iberoamericano e Interamericano de Indicadores de Ciencia y Tecnología, Montevideo, 15-18 octubre).